Puse el viejo libro (es un libro viejo
en sí)
sobre la taza de café aun humeante.
Miré cómo las letras se mezclaban con la
sustancia,
y como la sustancia llenaba esos
espacios infinitos
entre grafía y grafía.
La
degradómica material hizo su aparición también,
como
un aguafiestas, como policía de las leyes naturales
a
poner su toque limitante.
Puse
el libro viejo, de un autor que ha merecido tener
ese
libro viejo. En mi taza amarilla humeante, que se
ha
ganado ser el receptáculo de mis letras y metáforas.
Saboreé
el café sabor a tinta y sangre. Y cada párrafo
me
supo a la vez a un sorbito cafeinómano.
Habrá
sido la endorfina que se escapó. O mi sentimiento
por
lo que amo, pero un libro sobre una taza de café
en
una noche fresca me hizo sentir afortunado.
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