miércoles, 26 de agosto de 2015

Suspiro ancho.








Puse el viejo libro (es un libro viejo en sí)

sobre la taza de café aun humeante.

Miré cómo las letras se mezclaban con la sustancia,

y como la sustancia llenaba esos espacios infinitos

entre grafía y grafía.

La degradómica material hizo su aparición también,

como un aguafiestas, como policía de las leyes naturales

a poner su toque limitante.

Puse el libro viejo, de un autor que ha merecido tener

ese libro viejo. En mi taza amarilla humeante, que se

ha ganado ser el receptáculo de mis letras y metáforas.

Saboreé el café sabor a tinta y sangre. Y cada párrafo

me supo a la vez a un sorbito cafeinómano.

Habrá sido la endorfina que se escapó. O mi sentimiento

por lo que amo, pero un libro sobre una taza de café

en una noche fresca me hizo sentir afortunado.



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