martes, 12 de febrero de 2013

Poesía


En el entronque de ecos a través del trepidar citadino. En el de una ciudad hirviente  a las once de la mañana,  en una esquina furtiva donde el arte hacia bastión, una aliteración de versos surcaban las calles, los puestos y las malogradas caras de los transeúntes de un martes. Sabida lirica deambulaban en aquel ambiente hostil, tan lejano a la sutileza y más dado al carroñeo capital por algún alimento para el cuerpo y para el futuro. Poesía intrínseca que se añadía a las paredes cual plomo antiguo y hacía espacio al lado de afiches de ofertas deslumbrantes o cantantes baratos sin nada que decir. Era un núcleo artístico que se fusionaba con los ardores de la clase trabajadora, en aquel mercado que no paraba de trabajar y vociferar las ofertas del día, haciéndole competencia directa a Lugones o Baudelaire con su chorizo recién traído y su cabeza de res fresca.
            Eran ellos, tras un simple atril y en manos con papeles impregnados de anhelos. Alrededor, en corro, los otros seres ocupados se mostraban inquietos, curiosos pero sin dejar de lado su cotidianidad. Ahí, una suave voz derrochaba palabras extrañas pero concisas, como eslabones preciosos de fina plata, Donde una a una las palabras iban haciendo mella en aquellos atareados seres, sumiéndolos en una letanía temporal apartados de ellos mismos.
         “A nadie te pareces desde que yo te amo…” se escabulle entre las bolsas del mandado de una señora cuarentona que suspira al escuchar aquello mientras consume un refresco de dieta  y unas frituras preparadas. El murmullo citadino le fue haciendo espacio a las palabras bonitas, el sonido de los furiosos claxon fue callando respetuosamente mientras que las desgargantadas ofertas cedieron un poco a lo gratis de la poesía. Aquel poeta inerte seguía recorriendo aquellos albores de historia y melancolía, al tiempo que el sentimiento innato por lo sutil que en todos se nos presenta florecía en algún cargador de mandado o en aquella empleada de la papelería. Ahora lo entendían todos, en silencio deshilando cada palabra de aquellas cosas tan lejanas pero tan propias. En el mismo suelo donde cada día forjan ese futuro muchas veces sombrío, de ciclos interminables de lo mismo, de las mismas conversaciones, de la misma fatiga y de la misma programación televisiva. Aquel baldazo de agua fría que los hacía sentir como antaño, antes de soportar las miradas muertas de las reses o los pescados malolientes a cada instante. Aquel poeta no les enseñaba nada, solo les recordaba recordar.

“Al cielo, donde ve un trono reluciente
el Poeta, sereno, lleva sus dos brazos
y la relampagueante lucidez de su espíritu
ocúltale el airado semblante de los pueblos“.

            Pareciere detenida aquella ciudad en derredor del arte. Muchos se daban cuenta del amor por aquellas evocaciones por primera vez en su vida y, mirándose unos a otros con esas miradas pinches se decían querer participar. ¡Todos seremos poetas de nuestros momentos!, todos tenían por fin algo que contar y ahí había oportunidad. Aquel poeta seguía señalando con versos de que se compone la vida: una metafísica cotidiana que a todos nos pertenece pero que no sabemos mirar. Sus brazos se cubrían de evocaciones y tocaban aquel éter que a todos los recorría, como ondas a través del agua. Como brisa serena que los revestía de ansiedad, de ganas de hablar, y mucho. El silencio interior ya no era parte de su norma, era momento de dejarlo salir.

***
Nadie alcanzó a escuchar el silbido que se produce cuando un proyectil cursa el aire partiéndolo de repente, ni ningún sollozo repentino salido de algún sitio. La lejanía del mundo comercial en que aquellos mercaderes estaban les hizo reaccionar tardíamente ante el embate de la violenta realidad. Aquel poeta que con mirada perdida perdía y trasportaba a la concurrencia quebraba la voz al son de aquella admirada poetisa que tanto añoraba. Aquella en la cual su alma se cimbraba al compás de aquellos versos poderosos. Alba de Acosta a la que con tributo y suspiro evocaba y presentaba aquellos versos inmortales:

Momentos de paz completa
la noción de la vida se estanca.
El ideal ausente…
el espíritu se ensancha.
Pasan las horas en el espacio abierto
palpando la sonrisa de la nada…
Llega una voz
que quiebra la armonía
y vuelve a ser lo mismo
la materia…


…incompleta”…recitaba el poeta en el aire mientras de espaldas sucumbía. Una bala había partido aquella poesía al igual que su vida. Una bala perdida de un atraco cercano que lo había encontrado atravesaba <<la materia incompleta>> del ultimo verso de la última poetisa igual como atravesaba aquella ensanchada garganta. Con furia, aquel proyectil devolvía las últimas palabras de aquel sutil poeta a su origen, dando por terminada aquella jornada etérea.

            En el suelo, a un lado de aquel atril y un micrófono ensangrentado algunas hojas muy blancas con apuntes muy claros se escabullían entre las piernas de los transeúntes y volaban rumbo a la avenida para perderse entre la suciedad y la apatía. El poeta, con los ojos muy abiertos mirando al cielo estorbaba ya los pasos que apresurados se atiborraban en sus puestos de trabajo. La gente aletargada se despertaba haciendo muecas de aquel instante de poesía para volver a su cotidianidad mientras el poeta fatigado con un hilo de sangre recorriendo hacia el asfalto se perdía para siempre en los anales de una ciudad sin memoria.