lunes, 21 de enero de 2013

¿Tienes ganas de enamorarte?


-Tienes ganas de enamorarte.
                Retumbó la frase de pronto en el silencio que  invadía desde hacía rato aquella tenue habitación. Mientras en la cama, a un lado de él una silueta grisácea se movía pasmosa, casi imperceptible. La frase ya había volado a través de la ventana y se perdía entre los sonidos distantes de una ciudad indiferente. A él no le quedó mas que reacomodar su cabeza en el almohadón y taparse un poco con la fina sabana que le había dejado descubierto su desnudez y su alma. Se cubría con ella para protegerse de la taquicardia que le invadía, y de ese vientecito indiscreto que entre las comisuras del colchón le hacia querer buscar de nuevo aquel cuerpo tibio y suave, perfumado en olores que son indescriptibles y que solo se captan en las cercanías de algo  deseado, admirado.
                Bajo la sabana, sus manos recorrían aquellas curvas estrepitosas, aquella cantidad de vello que se erizaba automáticamente al paso de sus palmas entre cada tibio rincón, seguido por pequeñas contorsiones y un respirar tranquilo. Ella seguía sumida en un sueño liviano, no tanto para responder, y no tanto para no sentir. Se alcanzaba a ver en su cara una sonrisa cómplice, mientras su cabello le cubría su sensación. Él solo la miraba, no esperaba nada. Solo que nunca amaneciera, y que las sabanas se mantuvieran limpias para siempre. Sabía que le harían falta mas manos para terminar de recorrer aquel cuerpo de ese magnifico ejemplar humano. Sabía que primero se arrugaría la gruesa piel de sus palmas antes de conocer por completo cada rincón de aquello y que primero explotaría de emoción al ir respirando aquel aroma que le encendía todo. Lo sabia, pero aun así lo haría.
-¿Tienes ganas de enamorarte?
                De nuevo se dejo escuchar rebotando a través de las paredes. Haciendo eco aquí y allá en espera de llegar a algún lado antes de salir por la ventana. Él ya estaba sentado sobre la cama, con los ojos cerrados y con ese golpeteo en el pecho que lo acompañaba desde la primera vez que la vio. Hacia algunas horas, en el bar de siempre, con las copas de siempre y los amigos de siempre. Desvariando entre temas y temas se fueron acercando. Ninguno de los dos estaba mal, y un par de risas genuinas y las pretensiones a flor de piel hicieron que buscaran hacer de esa noche una de esas en que la relatividad temporal se pone a prueba. En flashazos se encontraron en una cama ajena, en un lugar ajeno pero muy propio. Una copa descansó en el buro contiguo y ya no se pensó en otra cosa mas que en fundirse uno y otro, como dos átomos al fisionarse liberando gran cantidad de energía. Y eso paso, la entropía hacia su trabajo pero los restos radioactivos seguían esparcidos en la cama. Y en sus pechos. Ella comenzó un despertar placido, tomando aire tranquilamente como preparándose para gritar. Llega al cenit y se desploma de nuevo abrazándolo. Sus senos se envuelven en el vientre de el y su cabeza se hunde en su pecho, buscando protección, buscando proteger. El absorbe cada fragancia de su cabello, entre perfume y nicotina, hormonas y alcohol. Siente el cosquilleo que le da el recibir pequeños besitos en el cuerpo, sorbos infantiles de unos carnosos labios casi adultos. Él no hace mas que apretar aquel siamés entre sus brazos, de nuevo recorriendo la espalda con sus manos, luego las nalgas, luego las piernas, los senos y por ultimo la cara. Siente una gran atracción el tocar ese rostro imperfectamente perfecto. Su nariz, su pequeña boca, sus labios sensibles. Los ojos inquietos y el largo de sus pestañas. Luego, meter la mano en sus cabellos infinitos, sentir como recorren entre sus dedos como arena fina y en cada movimiento una brisa tibia llegarle hasta el fondo. Enganchando su pierna entre aquel cuerpo venusino, como en una vaina carnosa y jadeante se quedan estáticos por miles de años, o minutos. El monocromático ambiente y el fondo citadino se prestan para estar en pausa, fosilizados. Así, bajo la sabana se mantienen soñolientos sin vivir y sin pensar. El tiempo se ha detenido por fin.
-No, no tengo ganas de enamorarme.
                Salía aquella respuesta en forma cavernosa entre su pecho seguida del cosquilleo que daban sus labios. Él había seguido recorriendo aquel cuerpo kilométrico con inercia mientras su mente divagaba sutil entre almohadas y habitaciones oscuras. La vista se le había adaptado a la penumbra y alcanzó a ver cuando ella sacó su rostro de entre su pecho esperando una reacción ante la respuesta dada a su insistente pregunta. Sus ojos muy abiertos hacían reflejar la blancura de su esclerótica como dos faros centellantes, a la expectativa. Él le seguía tocando el rostro, queriendo leer sus facciones y el motivo de su respuesta, estaba calmo, tranquilo. La respuesta fue suave a sus oídos. Acercando el rostro con el de ella le dio una serie de besos, recorriendo cada poro de aquel, ella le respondía con igual afán mientras sus cuerpos empezaban a frotarse entre si. Una faena de sexo y sudor comenzó de nuevo, y miles de explosiones internas se sucedieron. El tiempo comenzó a correr otra vez y sin pensar se encontraron de nuevo jadeantes y boca arriba, con una sensación de mareo maravilloso y de un calor reconfortante. No tenían ganas de enamorarse, solo eran ganas de entrecruzar y pillar. Hurgar entre ellos, explorar y sentir. Había sido todo. Aprovechando un nuevo aire él se recupera y comienza a vestirse. Ella no tiene ganas aun de hacerlo, lo ve a él como se va acomodando sus ropas, de espaldas, de pie. Le recorre con su mano y vista las piernas, las nalgas antes de ponerse la ropa interior, la espalda después de ponerse el pantalón y en un último beso ya vestido. A ella le cubre la sabana solamente mientras el ya se prepara para partir. Busca sus llaves, su teléfono con algunas llamadas perdidas. Ella recuerda a su novio, perdido entre el tiempo y la noche, él recuerda a su mujer, tal vez dormida en su casa, abrazada en un sueño profundo. Ella lo busca para un último beso y el le responde con fervor. Termina de peinarse al tiempo que abría la puerta para partir. Ella se acomoda para seguir durmiendo un poco mas mientras él antes de cerrar la puerta y dejar de nuevo en penumbras se despide diciendo:
-Así estaremos mejor.