jueves, 27 de diciembre de 2012

El fin al fin.


Los billetes y las tarjetas de crédito esparcidos entre el fango y la suciedad le hacían sendero hacia su fuerte. Aquí y allá sus pasos se iban topando con los vestigios de lo que fuera una moderna ciudad y con monstruos aterrorizados que antes solían ser  personas. El vecindario por el que deambulaba no se veía muy disto a aquel antes de las catástrofes: basureros visitados por alimañas, gente caminando a prisa mirándote de reojo y autos con luces titilantes a toda velocidad con camino a ninguna parte. Así se presentaba aquel barrio mientras lo cruzaba tranquilo, intercalando charcos de aceite y lodo con un six pac entre sus brazos, no había novedad. Es tan solo el fin del mundo.
         La casa estaba tapiada de las ventanas y la puerta, solo se podía entrar por una abertura secreta de la parte posterior; ahí dentro su mujer lo esperaba impasible pero contenta. Desde la ventana del segundo piso se podía observar parte de la ciudad, iluminada aquí y allá por fuegos y explosiones, luces centelleantes y ruidos de sirenas. La ciudad estaba oscura salvo por las chispas de locura que la incendiaban, pero ahí, la pareja conservaba en el techo un pequeño generador de electricidad a gasolina, así que la energía eléctrica aun bañaba un poco aquella casita, como una ventana entre la oscuridad tenebrosa del presente a un pasado que ya fue.
         El sartén chillaba ante el contacto del aceite, uno a uno los pedazos de cebolla picada caían ante la ardiente sustancia, la sal bañaba y la pimienta se escurría junto con ella. El olor de la sazón se escapaba entre las tapias de las ventanas diluyéndose con los olores de un imperio chamuscado. Luego, los filetes bailoteaban también entre aquel cóctel sazonador mientras a un lado él partía la verdura fresca y el pan de trigo listo para ponerse a calentar. Todo aquello se hacia mientras de rato en rato se daban tragos a la cerveza recién traída. La idea de una ultima cena les hacia poner énfasis a aquel suculento manjar, mientras una caricia por aquí, y un beso por allá les hacia recordar que se tendrían el uno al otro, con o sin final.
         Los golpes y alaridos de afuera, junto con autos con música a todo volumen se hicieron cotidianos, algunos, sin arrepentirse, celebraban la llegada del fin ultimo mientras se lanzaban balaceras al aire. Otros, la mayoría, todos arrepentidos querían seguir viviendo, dabanse cuenta muy tarde de la concepción de la vida ante las puertas de la muerte. Adentro, una música suave recorría la sala mientras se degustaba aquel sabroso festín. Ellos dos y el gato fiel reclinados en el sofá a cada tanto miraban la hora en sus teléfonos celulares carentes de señal pero con una  puntualidad macabra <Siete veintisiete de la tarde y el fin del mundo aun no llega>>. Recordaban esa última semana, donde el principio del fin se había dado en lugares de oriente, por millares, entre inundaciones y tormentas ardientes provenientes del sol los habitantes de aquellos parajes, tan lejanos siempre a través de la televisión sucumbían ante el inevitable fin. Aquí aun no se tenían noticias de alguna calamidad climática, mas bien era la misma gente que adelantándose a los hechos y presas del miedo y del pillaje, poco a poco y sin ningún tipo de clase o dignidad se abocaba al suicidio social faltos todos de una sana manera de morir. Pero ellos, ahí en su pequeña sala esperarían tranquilos lo que fuera a pasar.
         Los platos se lavaron y se acomodaron donde siempre habían estado, había sido una excelente cena y solo hacia falta un buen café para cerrar con un buen broche la velada. Ahí, mientras ella subía para acomodar algunas pertenencias él miraba la sala, esa pequeña salita llena de libros, pequeña si, pero que representaba el mundo mas grande y completo que hubiera podido haber deseado. Sonriente y nostálgico miraba los lomos de tantas y tantas ventanas a una y mil realidades, se despedían de él Asimov, Bradbury, Cortázar, Virgilio, Dick, Tolstoi, Sagan, Hemingway, Dawkins, Fuentes, Hawking, Homero y muchísimos mas. Todos ellos vistos a través de una silueta de olor de café que tantas remembranzas le bañaban de tajo. Cerró los ojos y revivió.
         Como fiesta de año nuevo si se quiere, como uno de tantos fines de semana vividos. Así interpretaban la escandalera exterior y se sumían en sus últimas asuntos aquella pareja, mientras el gato ronroneaba aquí y allá entre sus piernas o durmiendo a ratos, ajeno a todo vestigio de temporalidad y temor. No había mucha platica entre ellos, cada cual tornaba sus pensamientos y reflexiones. Querían vivir, claro, pero también, sabían que lo irremediable no se puede alterar. Habían vivido, por supuesto. Habían aprendido a vivir extrayendo hasta la última gota de energía en cada hora de su vida. Y ahí, sabiamente esperarían el final. Ella se abocaba en el ultimo capitulo de un libro sin concluir, él desempolvaba un viejo cartucho para su consola de dieciséis bits que jamás había podido terminar. El sistema aun funcionaba bien, y solo fue cuestión de un pequeño soplo para retirar la película de polvo que se asentaba en él. Inició sesión, había guardado los récords de antaño. Última partida jugada: 27 de enero de 1996, oh si, que recuerdos.
Ahí,  aquel cuadro se volvía familiar. Tantos años, tantos sucesos. Ella, leyendo en el sofá o armando alguna manualidad mientras él frenético sentado en la alfombra sumido en sus videojuegos. Ella dejaba el libro de rato en rato y miraba aquel encuadre, cerraba los ojos y anhelaba un pasado tan próximo como hacía una semana. Sonreía al verlo, ahí, tan apartado de todo, solo concentrado en la pantalla. Jugando como siempre, como si el mundo se fuera a acabar, dándolo todo moviendo con presteza los botones del joystick. Ella terminaba de leer su libro, que sin embargo no acababa con un FIN si no que daba pie a continuar la historia, él también terminaba por fin aquel viejo juego que tantos años había postergado. Apagó la consola y el luego televisor.
         El reloj marcaba las once y cuarenta, habían decidido ya recostarse y esperar lo inevitable. Ahí tendidos, como otras tantas veces, con el gato bajo la cama se abrazaban. Las sabanas fueron estorbosas y la ropa en aquellas alturas ya era completamente nula, inservible. Ahí, desnudos desataron su hecatombe, con abrazos fraternales, palabras susurrantes, caricias pueriles y besos por doquier. Ya no era nadie más que ellos dos, como tantos años, como tantas veces. Sus olores tan familiares los trasportaban hasta sus primeros días, el roce de sus cuerpos se hacían temblar uno y otro a la vez. Recorrían cada centímetro entre ellos como un páramo inmaculado, presentado por primera vez ante ellos. Se hacían uno, como un embrión, como un feto uniforme se retorcían en el lecho. Ya no se podría distinguir entre un limite corporal u otro. Era una chispa viviente dispuesta a extinguirse pero no sin antes arder como nunca. Afuera, las explosiones y temblores comenzaron, adentro también. Afuera el frenesí invadía los ya muertos ciudadanos, adentro los revivía con mas intensidad. Mientras afuera la ciudad se partía en dos y ocasionaba el dolor, adentro dos corazones se hacían uno e invocaba a la dicha. Afuera, desde mas exterior, lenguas de fuego provenientes de todos lados irrumpían la atmósfera creando auroras por doquier, auroras de mal augurio que al tocar el suelo hacían arder todo y a todos. Adentro el calor del lecho era proporcional al calor exterior. Ya el destino repartía su fin cerca de aquella pequeña casa incorruptible. Entre ellos un amor y una pasión intravenosa recorrían cada célula de aquellos cuerpos mientras las luces se apagaban sucumbidas ante la destrucción. Un gemido orgásmico resonó en aquella habitación última mientras de un tajo una lengua de fuego desmaterializaba a los amantes y todo alrededor.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Salud en papel moneda.

El paso apresurado atiborraba de ecos el viejo callejón empedrado. El desnivel artificial del camino hacía correr tímidamente un arroyuelo cuesta bajo convirtiendo del reflejo de los faroles una guía parpadeante. Los murmullos nocturnos a través de las ventanas llegaban tenues a los oídos de Ángela, casi vacíos  Ella interpretaba casi sinestesicamente estos sonidos como calor de hogar, de amor. El callejón terminaba pero el arroyuelo se abría en un delta rumbo  a la anchura de la calle. El destino siguiente para la muchacha era la farmacia, ahí donde los medicamentos se mostraban en el aparador, altivos, celosos con aquellos que no cubrían el monto de su adquisición. Aun así, la joven madre manteniendo el paso entraba veloz a la droguería, ahí, el dependiente de perfil reconocía la silueta de aquel cliente habitual. Ángela espera parada frente al mostrador. Él. Indiferente sigue con su labor cotidiana. Un letrero de no fió colgaba gastado justo encima. La joven ya lo había visto un par de veces, la tercera vez fue cuando el boticario golpeaba el malicioso letrero reafirmando su postura de comerciante, no de alma de caridad. Ella, entre sollozos le hace entrega de dos billetes, tumbándose de una fuerte y sola vez el estigma de madre suplicante. Se convertía ahí en un cliente mas, con sus recursos y todo. El tendero observa los billetes, los palpa, los huele, se cerciora que son auténticos. Esboza una leve sonrisa complacido y le da tres cajas de pastillas color ámbar y una botella de un ungüento chocolatoso. Ángela, apresurada se da la vuelta sobre sus pasos. Corre a través de la empedrada calle rumbo a su hija que espera por el remedio a sus fiebres. Ángela corre mas de prisa, entra en el callejón donde sus pasos chancleados se pierden entre la oscuridad y las murallas de la gente a través de la ventana.