viernes, 8 de junio de 2012

Cortesías en la vida canicular


La diferencia de temperatura en el sol y en la sombra se sentía descomunal. En intervalos de tiempo, un edificio alto, arboledas o cualesquier cosa que cubriera mi andar por la ciudad de los flameantes rayos era una dicha. Un regalo divino. Y es que, en esas latas de fierros a presión llamados autos la temperatura se acrecienta por el constante bombardeo de calor. Y peor si no se goza de un aire regulador de temperatura interno en el auto para refrescar. Aquello no le pide nada al averno. Por eso, la ayuda de la sombra o el repentino viento que se crea a alta velocidad, hirviente y todo, se goza. De alguna u otra forma pero se goza.  Avanzando entre la maraña asfáltica (otro reactivo para el aumento de la temperatura) esquivando soles y aprovechando penumbras llegue hasta un temido crucero. Ahí donde se compaginan todo el desespero canicular mientras como baldazo de agua fría se espera el semáforo en verde. Habiendo llegado a tal crucero, donde por fortuna pude socorrerme bajo un árbol grande que me ayudo a esperar mejor el cambio de luz. Note en el centro de la encrucijada, como si fuera un circo hirviente un tragafuegos en una escena irónica que lanzaba lumbre hacia los autos. Como si la gente deseosa lo esperara. Dos o tres niños maniobrando algún fruto o pelota de color marrón y otros tantos jóvenes gritando consignas y repartiendo volantes de algún candidato político. La radio sonaba pero sin escucharse. Entre gotas de sudor y oleadas de fuego veía a la comparsa que se desarrollaba como espejismo en el inmenso crucero. Tenia miles de autos delante de mi. Y solo veía a lo lejos, casi con ayuda de catalejos la tenue silueta de un semáforo que cambiaba de rojo a verde y volvía de nuevo a rojo en fracciones de segundo. Dejando olvidado al ámbar  en quien sabe donde. Entre toda aquella dantesca encrucijada la radio comenzó a disparar débiles sonidos entendibles, razonaba yo que se trataba de canciones. Que, como queriéndose ocultar del flameante sol, salían ya con mas brío ahora que me refugiaba bajo la sombra del árbol salvador. El ambiente dentro del auto se sintió bajando en cámara lenta, hacia una calma acogedora y ajetreada. Avanzando entre  el color verde y rojo del semáforo a solo algunos centímetros por ocasión el tiempo parecía detenido, en pausa. Todo dentro hervía a muchos grados, El volante me rezongaba cada que lo tocaba, el tablero, asientos, mi humor, el de todos. Quise mejor aprovechar la frescura tibia (peor era la hirviente) del cobijo de la sombra. Respiraba profundo, entre olores de gasolina y plástico quemado, pero tranquilo. Casi feliz. Y los autos seguían por cientos delante de mi. Y el crucero mítico se veía aun a lontananza. Todo tibio ya. La penumbra acogedora y la entropía cumplían su trabajo. Poco a poco me fui amoldando a la temperatura ambiente. Una somnolencia me abordaba por ratos. Estaba en todo y en nada. Pisando el acelerador a tiempo que el freno. Tranquilo y falaz. De pronto, entre los autos sin sombra de la derecha observaba a una mujer de edad mediana tocaba las ventanillas de los que si gozaban de clima en sus coches, reacios a abrir. Queriendo entregar unos pequeños papeles con una imagen al frente. Pasaba de un auto a otro. Unos con la ventanilla abierta recibían sin afán los papeles, otros los leían. Y hasta ahí. Observando su logística y con una perspicacia de admirarse deduje que también me entregaría un papel cuando llegara la oportunidad. Estaba yo tranquilo y hasta con humor. Los compañeros del carril derecho no alcanzaban la ansiada sombra de los grandes árboles, pero yo. pegado al camellon la disfrutaba. El humor fluye como el azogue ante el calor. Y lograba ver como de mala gana le regresaban los papeles a la mujer. Que ya de por si sostenía los rayos de sol que se cernían sobre ella, mas aparte el aguantar las descortesías de los del carril derecho…pobre mujer. Pero ella seguía recia a su labor y después de un rato llego el turno para mi. Al acercarse, con curiosidad no fingida, al querer saber que era lo que estaba repartiendo tome dichoso papel. De frente, la imagen era de San Judas Tadeo, patrono de los asuntos difíciles. Y por detrás se especificaba el alfabeto para sordomudos. Es decir, venia la posición de las manos para cada letra del abecedario, a fin de aprender la comunicación por señas. Deduciendo con esto que la propia mujer repartidora era sordomuda. Después de darle un pequeño vistazo a tal asunto, vi que la mujer se alejaba mas y mas en su afán de vender esos recuerdos. El precio era simbólico pero pensé que era de gran ayuda para ella como guía de autoestima y respeto. Aun así, yo, poco religioso y aun menos interesado por aprender lenguaje de señas pensé en regresarle su manual y amuleto cuando volviera de paso. Pero, como aun estaba bajo la sombra fresca de aquel árbol y el crucero lejos y con tiempo. Quise regalarle un buen gesto por los esfuerzos sufridos en aquella faena de superación. En una ojeada rápida decidí decir con las propias señas que ahí venían instruidas un “no gracias” acompañado de una gran sonrisa. Tiempo tenia de sobra y bajo la sombra todo era felicidad. Primeramente para articular la palabra N tenia que colocar mi dedo índice y mi dedo corazón juntos apuntando hacia abajo, luego,  la letra O era mas fácil, formando un circulo con la mano medio cerrada y con los dedos muy pegados tocando el dedo pulgar. Luego proseguí con la G, ¡fácil! formando una pistola con mi mano, como tantas veces lo hice de niño para jugar a los policías y ladrones. Con la R se hacían una especie de “changuitos” con el dedo corazón y el índice mientras el pulgar sostenía el meñique y anular cerrados. La letra A era igual a como cuando uno pide aventón en la autopista. La C, abriendo la mano con los dedos medio doblados aparentando unas fauces hambrientas. La I con el solo meñique levantado como para querer dar una tímida opinión. La A se volvió a repetir y la S con el puño cerrado en pos de victoria. Ya podía formar un NO GRACIAS para los sordomudos. No había tardado mucho en poder realizar esa oración, tan útil día con día. Ciertamente no era tan difícil el lenguaje sordomudo después de todo. Entonces, triunfante espere complacido a que volviera la buena mujer y devolverle su San Judas estampado. Después de un rato de avanzar unos milímetros la vi venir entre los autos, seria como siempre recogiendo sus papeles. Al llegar a la ventana de mi coche, sonriente le hice una seña con la mano de que aguardara, pintándosele una leve sonrisa en el rostro. Así, gallardo y formal empecé rápidamente a crear la frase ensayada para cortésmente declinar la compraventa de la estampa de San Judas y el didáctico manual. Al empezar a tener comunicación con la dama, se le borro la sonrisa, como advirtiendo que no tendría éxito en esa transacción. Termine la frase y le entregue aun sonriente su recuerdo. Ella lo tomo de mal modo y de nuevo los autos empezaron a avanzar. Había hecho lo que podía y quise ser respetuoso, así que solo me encogí de hombros y avance junto a la caravana de autos. Al mirar por el espejo retrovisor para un ultimo vistazo a la mujer sordomuda pude ver cuando aun me daba la espalda como levanto su mano, cerrándola en un puño y solo mostrándome el dedo corazón, ( o del medio) en una grosería de la que no necesitaba tener un manual para saber su significado.