martes, 22 de mayo de 2012


Celebración

No había estado tan contento de estar tan
triste. De nuevo mí preciado oximoron
se me presentaba mesiánico.  Con risa
maliciosa y humilde (aquí vamos de nuevo)
le doy la bienvenida. Esa picara tristeza
que me da la fuerza para abrirme paso entre mi
y lo que doy a la procrastinación.
Como compañero de viaje la recibo.
Me da tanta alegría ver que las pieles
que me cubren solo eran eso. Pasajeras
sentimentales  de idas y venidas. Solo eso.
Y acá estoy festejándome mi resistencia.
El verme sin mascara, a ese ser esfumado
entre la cegadora luz de la claridad. Ahora
meticuloso y desconfiado. Mirando de reojo
y con vista escrutadora. Arañando y oliendo
todo con precavida sintonía. Si este soy yo.
Victoria mantenida, vida acomplejada. De
compleja ni se diga. Me gusta gustarme.







Aprueba

Filosa cual daga saliendo del fabro.
Y con silueta apuntando a donde
cree dañar mas.
Pero yo quiero ser indeleble.
Debo de serlo. Resistente a lejías
perniciosas y caricias a un mas
de peligro. Caigo a tus pies. Pero
es voluntario, tu también caes.
Algún tiempo, algún momento.
y ahí nos encontramos, y vez
lo que yo veo, y sientes lo que
yo no siento. Y comprendes en
algún instante lo que yo
vivo eternamente. Es voluntario
pero eterno. Opcional pero necesario
así que mi daga filosa. Da tu mejor
golpe, veré que cayo me ha creado
la vida hasta el día de hoy.





Combustibles

No es que no hubiera querido saber.
Por que de todos modos no necesito
asomarme. Ahí esta, en mi propio
sótano. Una mesa de madera vieja y
una vela siempre encendida. La mesa
en cuatro patas resistente. Y la vela
la voluntad de no extinguirse. A veces
una sosteniendo a la otra. La mesa firme
aguanta la voluntad de la vela contra
el viento de lo común. Después, la mesa
caída en sus patas sostenida por la vela
alumbrando alrededor para los dos.
La tristeza de la felicidad que no durara
y la felicidad de la tristeza que no durara.
Ahí, en mi propio sótano. Cuando me asomo
a realmente pensar en ello. Siempre corriendo
en la azotea en círculos. Desgastándome y
mirando a las estrellas. Desde el fondo me
observan. Al final. Se que al final. Todo sucumbirá.
La vela, en un arrebato ganara fuerza y la mesa
será devorada por las llamas.
Ahí. En una ultima
hoguera se fundirán para siempre.
Llama y madera
en un fulgurante adiós alumbrándome
por ultima vez antes de extinguirme
ahora si para siempre.



La onomatopeya perdida.

Quisiera poder escribir la onomatopeya
de cuando se abre una puerta vieja de madera.
La tengo en mi memoria pero no sabría plasmarla.
Ese sonido que es de expectación, de tal vez confort,
de miedo o de alegría al saber que alguien viene.
Esa onomatopeya me caería  muy bien, para describirme
cada mañana. A cada hora. Cuando camino fuera de aquí
Cuando tengo que hacer algo por dejar de hacer nada.
Juro que la escribiera en mi frente, me la tatuaría en
mi pecho para que todos las vieran ¿para que?
no lo se, es parte de la razón de traerla conmigo.
Tal vez en  muchos años la encuentra. aprenda
a escribirla. Y tal vez ya no la necesite. Pero de
seguro sonreiré. Aunque creo que nunca dejare de
necesitarla. Y ahora que he razonado en ella. Por lo
menos la llevare en mi mente aun con mas fuerza.
Por que aun me quedan muchas cosas por hacer.

domingo, 6 de mayo de 2012


Graham Bell y el ampa




Nunca le había gustado el tímido timbre del teléfono nuevo. Estaba acostumbrada a la gran escandalera del viejo aparato de disco. El nuevo lo veía estéril, del futuro. Lejano, pueril. Las llamadas se sentían discretas, sin ganas. Susurrantes. Al igual que el discado. Sin fuerza, agobiante y sin amor por la reducción de las distancias. En cambio, recordaba el ritual de marcación del viejo receptor con su gracioso y elegante disco brilloso. Buscar la libreta de direcciones. O el papelito con el numero de cinco dígitos. Introducir el dedo índice en el primer numero de la unidad. Con fuerza y motivo jalar hacia la izquierda hasta topar con el borde instalado. Soltar y observar como libremente se desplaza automáticamente a su posición original. De nuevo seguir con el siguiente numero, sentir como el dedo suave se desliza en el plástico pulido hasta encontrar de nuevo el tope. Y así, seguir con los demás números hasta conseguir plasmar lo del papel al cable telefónico. Esperar el tono y con un “bueno” dicho cordialmente empezar la conversación. Hoy ya no. El disco no da para tantos números agregados al discado. No habrá dedo índice suficiente para seguir marcando. Ni dedo medio, ni meñique, ni ninguno. Hoy solo se toca un botón, en algunos casos no es botón. Y se esperan el tono mas rápido. Sin dar tiempo para tomar aire para la contestación. Así de rápido. Así de simple y sin alma. Aun así, recordando gallardos aparatos y rezongando por enclenques  del presente la señora Licha se presto a contestar el teléfono que tenia rato sonando sin mucho afán.

     Bibo estaba nervioso. El amparo de la noche no le calmaba las ansias. En cada auto que se aproximaba veía prisión, barandilla para los locales. Se frotaba las manos como si de frío se tratara el sentimiento. Era de incertidumbre, miedo. El corazón le latía con fuerza, queriendo escapar de ese cuerpecillo de dieciocho años. Enjuto y tieso. La esquina que era su bastión, la macetera que era su muralla se le movían de rato en rato mientras seguía sumido en una nebulosa de nicotina para sus nervios. Por fin, en la calle desierta de almas y autos. Solo un ente se presentaba frente a el, sin reparar de su guarida. Con paso apresurado y volteando de un lado a otro introduce una bolsa negra en un deposito de basura hecho basura. Agitado sigue en camino el paso apresurado de su llegada, con mas potencia, casi corriendo. Huyendo entre las penumbras noctámbulas. Bibo, como en fotografía se queda mucho tiempo estático. Mirando solamente el deposito donde el misterioso paquete fue ocultado. Sus dedos dan cuenta del cigarro casi final cuando sienten la ardiente braza carcomer su piel. El muchacho despabila, inhala el resquicio de humo y através de el se dirige por el envoltorio de la basura. Lo toma, corre un par de cuadras, y entre otras penumbras medio abre la bolsa. Algunos billetes de buena nominación <quinientos, doscientos, cien> Toma de su cajetilla otro cigarro. Marca un solo botón en su celular y anuncia con voz presta “Libera al pinche viejo”.

     La palabra eternidad se le había presentado clara después de aquellos días de incertidumbre y horror. Una eternidad era el tener una bolsa en la cabeza maniatado con cuerdas y sin saber a donde lo llevaban. Una eternidad era el dolor que sentía en cada golpe y gritería sobre el. Una eternidad era el no saber si su familia había sido victima también, o en todo caso la angustia que estarían sufriendo sin encontrar su paradero. Eso era la eternidad. “Einstein y su relatividad tenia razón” se dijo para si el maestro de ciencias de la universidad estatal. El olor a humedad penetraba por los poros. Las risas y el olor a tabaco y cerveza lo tenían mas que mareado todo el tiempo. El alimento solo pasaba insaboro por su cuerpo, y la higiene no tenia significado en aquel antro de desesperación. Fue la eternidad presente ahí esa semana en cautiverio. Donde un día, noche ya. Lo dejaban a su suerte en un campo de maíz en un rancho cercano a la capital. Aquel aficionado a la astronomía, veía por vez ultima, con beneplácito, boca arriba las estrellas. Que en pos de bienvenida, se le presentaban ultimas en todo su esplendor. Un hilo de sangre le corría por su rostro tomando camino por su mejilla derecha, haciendo relieves junto con sus lagrimas entre su piel empolvada. Ante el suelo, un delta lacrimoso y escarlata se esparcía hacia el surco en donde se mimetizaba con el color café de la tierra muerta. Con la boca un poco abierta. Casi pareciendo una sonrisa observaba aquel cielo que tantas veces había contemplado con humildad. Extasiado. En esa ocasión también lo estaba. Un agujero en su frente, rodeado de pólvora quemada le anunciaba que su fin estaba ya decidido. En flashazos esporádicos. Fotográficos, se le presentaba su familia. Esposa y dos hijas adolescentes. Fuertes e inteligentes. El se iba pero ellas se quedaban. Cuanto las amaba. Marte, Júpiter, las estrellas, todos se fueron nublando lentamente. Un viento fresco entre el maíz corría suavemente. Las estrellas se despedían de el y el del mundo. Luego el mundo lo descubriría a la mañana siguiente. En la misma posición. Con las mismas lagrimas. Mirando aun al cielo. Otro muerto en lo que va del año.

     Doña Licha veía demostrado lo endeble de los nuevos artefactos. Al soltar con sorpresa el auricular, con este golpe al suelo se desbarataba inservible. Cosa sin preocupación si hubiera sido de sus antiguos aparatos de disco. Duros como lo bien hecho. Pero no tenia tiempo en esos instantes Licha para reflexionar sobre el accidentado cacharro. Salía de prisa, aterrada. La casa se le hacia inmensa al querer encontrar la salida. Encendiendo luces, apagando otras. Tropezando con muebles. Soltando el llanto, su cabeza en vueltas. Millones de pensamientos sobre si. La vida se le iba y volvía de nuevo. Malas y aterradoras noticias desde el otro lado de la bocina. “Mi bebe” se decía a si misma “mi muchacho” se repetía. Buscaba algo, no se acordaba que. Pero escudriñaba en todo. De repente se acordó de su comadre. Ese alguien que necesitaba, en un momento tan ruin. Salía de prisa, millones de candados tenia su puerta en aquella ocasión. Sus manos le temblaban, su alma le temblaba. Abría por fin, al mundo exterior. La comadre vive enfrente. Corre a con ella. No recuerda que hay calle de por medio. Un auto de improviso, logra eludirla, pero por roce e inercia doña Licha pierde el equilibro y cae de espaldas y golpeando la cabeza contra la guarnición maciza. El auto ya va muy lejos. Y un hilo de sangre toma su camino hacia una coladera cercana. Doña Licha queda recostada mirando también hacia el cielo. Con los ojos perdidos, y en sus últimos alientos lo sigue mencionando.   

     Bibo y Chavita eran la dupla efectiva. Dinero fácil y lo demás lo era todo. Para ese par que se conocía desde la secundaria. De la que habían desertado hacia ya algunos años. En un mundo donde el que tiene es, y el que no ni siquiera se menciona. Ellos tenían y querían tener. El móvil era sencillo: un auto, una victima de casa bonita. Una llamada a celular y listo. Viva o muerta, la victima siempre pagaba. Un atraco de algunos días. Y muchos meses de ocio y esparcimiento. La ultima victima. Un viejo maestro de universidad quedaba ya muy atrás, después de marchas, exigencias de justicia y llamado a la sociedad. Impunes, se olvidaban por completo de aquel pobre señor. La vida en esa región se toma tan a distancia. No se ve alguien vivo. Ni se siente. Simplemente se toma como un alguien con capacidad de desaparición y olvido. Que lo mismo vale un día de ocio veinte mil de rescate que otro día con urgencia de capital cien mil. El animo y la situación lo ameritan. El lugar de la transacción muchas veces terminaba en una victima en el campo. Y el dinero en el mismo basurero que aun después de tantos movimientos seguía dando nervios y nicotina a Bibo. Otras veces la victima amanecía ilesa y desorientada en otro campo, pero viva al fin. Y otras tantas veces. Las veces de no tanta urgencia. De mas bien despabilamiento pueril el móvil tecnológico se presentaba. Era la misma logística. Y no siempre el mismo resultado. Un numero telefónico marcado al azar y un guión preestablecido con una voz gruesa y amenazante que instaba a no alertar ni hacer alarde de la situación. “Tenemos secuestrado a tal o cual familiar si no depositas dentro de determinado tiempo tal cantidad lo mataremos como a un perro” Lo ultimo dicho con furia impresionaba al mas viril. Las victimas, en incertidumbre iban a depositar con angustia a la hora acordada en el dichoso deposito de basura. Muchas veces funcionaba. Otras tantas no. Era un atraco simple y sin mucha importancia. Y era buena ocasión cuando resultaba.

     La comadre de doña Licha, vacilante se acerco al ver a su amiga tendida en el suelo con un corro alrededor. Aun respiraba e intentaba moverse pensando en su muchacho. La comadre le toma de la mano, con lagrimas corriendo por su rostro. La lacerada señora aun con la mirada perdida seguía repitiendo cuestionando sobre el paradero de su hijo. Ya no se podría hacer nada por ella. Se sentía en el ambiente una pesadumbre de muerte. La gente alrededor de la pobre señora, estimada y muy querida por todos simplemente se fueron despidiendo de ella con la mirada mientras le decían en voces quebrantadas que resistiera, aunque sus almas veían partir a tan abnegada madre. La comadre, alcanzando a escuchar entre todo el montón de susurro y llanto lo que decía la moribunda entendió como en su ultimo resquicio de fuerzas formulaba:
     –Mi hijo comadre, mi hijo, me lo secuestraron- Después de esta ultima frase se desvanecía ahora si ante el llanto agobiante de sus vecinos de toda la vida.

     

     La noche seguía aburrida. El dinero aun no escaseaba pero habían llegado al punto de no tener mas ganas de nada. Para romper el aburrimiento Chavita había hecho algunas llamadas al azar pretendiendo secuestros. Unas habían sido números inexistentes. Otras tomada de broma y una ultima había cortado estrepitosamente la línea después de un grito aterrador. “vieja gritona” se dijo para si el truhán, dándola por perdida. Después de ello, el par de amigos mejor se despidieron y cada cual tomo su rumbo. Chavita a un bule a divertirse y Bibo se encamino a su casa, de repente le habían dado grandes ganas de ver a su madre. Aquella noble y cariñosa señora. Al momento de llegar a su vecindario, se veía revuelo y correrías. Lentamente se fue dando cuenta que todo trascurría en su propio hogar. Apresurado y con el corazón en la garganta Bibo entraba a su casa, donde veía primeramente el auricular del teléfono digital roto. Y su madre muerta rodeada de rezos. Todos voltearon a verlo con asombro. Su madre había dicho que lo tenían secuestrado, y un secuestro ahí es muerte casi segura. Ya lo daban cadáver. Bibo no se la creía, su madre adorada, estaba tendida en la sala nueva que recién le había regalado. ¿Secuestro?¿Muerte? todo confusión. Con espasmo se quedo viendo  el alboroto en torno al cuerpo de su progenitora. En un rayo de alto voltaje, se le ocurrió cerciorarse de algo que temía con toda su alma y que de repente lo sucumbió. Parsimonioso se acerco al teléfono atrofiado, con la mano temblorosa, oprimió sus modernas teclas, buscando la ultima llamada recibida antes del accidente. Ahí, con unos números muy brillantes y concisos, la revelación que jamás iba a olvidar desde aquel día. Ahí estaba un numero. Uno de los tantos que tenían los teléfonos celulares a su disposición para realizar los secuestros ficticios. La ultima llamada, marcada al azar la había hecho en son de ocio su amigo Chavita aquella misma tarde. 



Titulo de imagen: Las mujeres Mayas
Autor: Antonio Coche Ixtamer