jueves, 27 de diciembre de 2012

El fin al fin.


Los billetes y las tarjetas de crédito esparcidos entre el fango y la suciedad le hacían sendero hacia su fuerte. Aquí y allá sus pasos se iban topando con los vestigios de lo que fuera una moderna ciudad y con monstruos aterrorizados que antes solían ser  personas. El vecindario por el que deambulaba no se veía muy disto a aquel antes de las catástrofes: basureros visitados por alimañas, gente caminando a prisa mirándote de reojo y autos con luces titilantes a toda velocidad con camino a ninguna parte. Así se presentaba aquel barrio mientras lo cruzaba tranquilo, intercalando charcos de aceite y lodo con un six pac entre sus brazos, no había novedad. Es tan solo el fin del mundo.
         La casa estaba tapiada de las ventanas y la puerta, solo se podía entrar por una abertura secreta de la parte posterior; ahí dentro su mujer lo esperaba impasible pero contenta. Desde la ventana del segundo piso se podía observar parte de la ciudad, iluminada aquí y allá por fuegos y explosiones, luces centelleantes y ruidos de sirenas. La ciudad estaba oscura salvo por las chispas de locura que la incendiaban, pero ahí, la pareja conservaba en el techo un pequeño generador de electricidad a gasolina, así que la energía eléctrica aun bañaba un poco aquella casita, como una ventana entre la oscuridad tenebrosa del presente a un pasado que ya fue.
         El sartén chillaba ante el contacto del aceite, uno a uno los pedazos de cebolla picada caían ante la ardiente sustancia, la sal bañaba y la pimienta se escurría junto con ella. El olor de la sazón se escapaba entre las tapias de las ventanas diluyéndose con los olores de un imperio chamuscado. Luego, los filetes bailoteaban también entre aquel cóctel sazonador mientras a un lado él partía la verdura fresca y el pan de trigo listo para ponerse a calentar. Todo aquello se hacia mientras de rato en rato se daban tragos a la cerveza recién traída. La idea de una ultima cena les hacia poner énfasis a aquel suculento manjar, mientras una caricia por aquí, y un beso por allá les hacia recordar que se tendrían el uno al otro, con o sin final.
         Los golpes y alaridos de afuera, junto con autos con música a todo volumen se hicieron cotidianos, algunos, sin arrepentirse, celebraban la llegada del fin ultimo mientras se lanzaban balaceras al aire. Otros, la mayoría, todos arrepentidos querían seguir viviendo, dabanse cuenta muy tarde de la concepción de la vida ante las puertas de la muerte. Adentro, una música suave recorría la sala mientras se degustaba aquel sabroso festín. Ellos dos y el gato fiel reclinados en el sofá a cada tanto miraban la hora en sus teléfonos celulares carentes de señal pero con una  puntualidad macabra <Siete veintisiete de la tarde y el fin del mundo aun no llega>>. Recordaban esa última semana, donde el principio del fin se había dado en lugares de oriente, por millares, entre inundaciones y tormentas ardientes provenientes del sol los habitantes de aquellos parajes, tan lejanos siempre a través de la televisión sucumbían ante el inevitable fin. Aquí aun no se tenían noticias de alguna calamidad climática, mas bien era la misma gente que adelantándose a los hechos y presas del miedo y del pillaje, poco a poco y sin ningún tipo de clase o dignidad se abocaba al suicidio social faltos todos de una sana manera de morir. Pero ellos, ahí en su pequeña sala esperarían tranquilos lo que fuera a pasar.
         Los platos se lavaron y se acomodaron donde siempre habían estado, había sido una excelente cena y solo hacia falta un buen café para cerrar con un buen broche la velada. Ahí, mientras ella subía para acomodar algunas pertenencias él miraba la sala, esa pequeña salita llena de libros, pequeña si, pero que representaba el mundo mas grande y completo que hubiera podido haber deseado. Sonriente y nostálgico miraba los lomos de tantas y tantas ventanas a una y mil realidades, se despedían de él Asimov, Bradbury, Cortázar, Virgilio, Dick, Tolstoi, Sagan, Hemingway, Dawkins, Fuentes, Hawking, Homero y muchísimos mas. Todos ellos vistos a través de una silueta de olor de café que tantas remembranzas le bañaban de tajo. Cerró los ojos y revivió.
         Como fiesta de año nuevo si se quiere, como uno de tantos fines de semana vividos. Así interpretaban la escandalera exterior y se sumían en sus últimas asuntos aquella pareja, mientras el gato ronroneaba aquí y allá entre sus piernas o durmiendo a ratos, ajeno a todo vestigio de temporalidad y temor. No había mucha platica entre ellos, cada cual tornaba sus pensamientos y reflexiones. Querían vivir, claro, pero también, sabían que lo irremediable no se puede alterar. Habían vivido, por supuesto. Habían aprendido a vivir extrayendo hasta la última gota de energía en cada hora de su vida. Y ahí, sabiamente esperarían el final. Ella se abocaba en el ultimo capitulo de un libro sin concluir, él desempolvaba un viejo cartucho para su consola de dieciséis bits que jamás había podido terminar. El sistema aun funcionaba bien, y solo fue cuestión de un pequeño soplo para retirar la película de polvo que se asentaba en él. Inició sesión, había guardado los récords de antaño. Última partida jugada: 27 de enero de 1996, oh si, que recuerdos.
Ahí,  aquel cuadro se volvía familiar. Tantos años, tantos sucesos. Ella, leyendo en el sofá o armando alguna manualidad mientras él frenético sentado en la alfombra sumido en sus videojuegos. Ella dejaba el libro de rato en rato y miraba aquel encuadre, cerraba los ojos y anhelaba un pasado tan próximo como hacía una semana. Sonreía al verlo, ahí, tan apartado de todo, solo concentrado en la pantalla. Jugando como siempre, como si el mundo se fuera a acabar, dándolo todo moviendo con presteza los botones del joystick. Ella terminaba de leer su libro, que sin embargo no acababa con un FIN si no que daba pie a continuar la historia, él también terminaba por fin aquel viejo juego que tantos años había postergado. Apagó la consola y el luego televisor.
         El reloj marcaba las once y cuarenta, habían decidido ya recostarse y esperar lo inevitable. Ahí tendidos, como otras tantas veces, con el gato bajo la cama se abrazaban. Las sabanas fueron estorbosas y la ropa en aquellas alturas ya era completamente nula, inservible. Ahí, desnudos desataron su hecatombe, con abrazos fraternales, palabras susurrantes, caricias pueriles y besos por doquier. Ya no era nadie más que ellos dos, como tantos años, como tantas veces. Sus olores tan familiares los trasportaban hasta sus primeros días, el roce de sus cuerpos se hacían temblar uno y otro a la vez. Recorrían cada centímetro entre ellos como un páramo inmaculado, presentado por primera vez ante ellos. Se hacían uno, como un embrión, como un feto uniforme se retorcían en el lecho. Ya no se podría distinguir entre un limite corporal u otro. Era una chispa viviente dispuesta a extinguirse pero no sin antes arder como nunca. Afuera, las explosiones y temblores comenzaron, adentro también. Afuera el frenesí invadía los ya muertos ciudadanos, adentro los revivía con mas intensidad. Mientras afuera la ciudad se partía en dos y ocasionaba el dolor, adentro dos corazones se hacían uno e invocaba a la dicha. Afuera, desde mas exterior, lenguas de fuego provenientes de todos lados irrumpían la atmósfera creando auroras por doquier, auroras de mal augurio que al tocar el suelo hacían arder todo y a todos. Adentro el calor del lecho era proporcional al calor exterior. Ya el destino repartía su fin cerca de aquella pequeña casa incorruptible. Entre ellos un amor y una pasión intravenosa recorrían cada célula de aquellos cuerpos mientras las luces se apagaban sucumbidas ante la destrucción. Un gemido orgásmico resonó en aquella habitación última mientras de un tajo una lengua de fuego desmaterializaba a los amantes y todo alrededor.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Salud en papel moneda.

El paso apresurado atiborraba de ecos el viejo callejón empedrado. El desnivel artificial del camino hacía correr tímidamente un arroyuelo cuesta bajo convirtiendo del reflejo de los faroles una guía parpadeante. Los murmullos nocturnos a través de las ventanas llegaban tenues a los oídos de Ángela, casi vacíos  Ella interpretaba casi sinestesicamente estos sonidos como calor de hogar, de amor. El callejón terminaba pero el arroyuelo se abría en un delta rumbo  a la anchura de la calle. El destino siguiente para la muchacha era la farmacia, ahí donde los medicamentos se mostraban en el aparador, altivos, celosos con aquellos que no cubrían el monto de su adquisición. Aun así, la joven madre manteniendo el paso entraba veloz a la droguería, ahí, el dependiente de perfil reconocía la silueta de aquel cliente habitual. Ángela espera parada frente al mostrador. Él. Indiferente sigue con su labor cotidiana. Un letrero de no fió colgaba gastado justo encima. La joven ya lo había visto un par de veces, la tercera vez fue cuando el boticario golpeaba el malicioso letrero reafirmando su postura de comerciante, no de alma de caridad. Ella, entre sollozos le hace entrega de dos billetes, tumbándose de una fuerte y sola vez el estigma de madre suplicante. Se convertía ahí en un cliente mas, con sus recursos y todo. El tendero observa los billetes, los palpa, los huele, se cerciora que son auténticos. Esboza una leve sonrisa complacido y le da tres cajas de pastillas color ámbar y una botella de un ungüento chocolatoso. Ángela, apresurada se da la vuelta sobre sus pasos. Corre a través de la empedrada calle rumbo a su hija que espera por el remedio a sus fiebres. Ángela corre mas de prisa, entra en el callejón donde sus pasos chancleados se pierden entre la oscuridad y las murallas de la gente a través de la ventana.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Días de muertos


Encontré a una bala perdida
y la alojé dentro de mí.
Descubrí una gran oferta
que era mi vida devaluada.
Caminé una larga senda
entre epitafios y tamboras
y platiqué con la justicia
que era una puta maquillada.
Resbalé con la codicia
y la sangre que brotó.
Deambulé entre los olores
de la pólvora quemada.
Me reí cuando dijeron
que los muertos son ajenos
y que las cuentas solo saldan
los que matan a mansalva.
Respondí al grito de auxilio
de una sociedad amarga
y pagué con mi suplicio
el tener un alma humana.
Hoy ya no me encuentro allí
donde la vida pasa recio.
Ni donde el sol pueda quemar
esa piel atrincherada.
Mi lugar es uno mas
de los números certeros
que componen ese muro
de un Mictlan al ras del suelo.
Mi memoria vaga tenue
entre el pobre y el dinero
y entre las páginas de una prensa
que se jacta de los muertos

        No descanso en paz,
Por que así lo he decidido
¿Como puedo tener paz
y ver a un pueblo sufriendo?
Soy la mancha, soy la foto
soy la silueta en el suelo.
Soy el niño, soy la joven
soy aquel amigo sincero.
Soy la vida que fue muerta
soy el muerto que aun vive
Soy un son, soy un corrido.
Soy soberbia y soy vino.
Soy violencia antes de dormir
y soy un ¡ándale! al despertar.
Eso viví cuando viví.
Y hoy soy un muerto mas.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La alcoba del tercer piso



Todo comenzó cuando alguien dejo la ventana abierta. Cuando un viento estival se coló imprudente, catártico. Donde por tanto tiempo, entre pulcros ornamentos y los decimonónicos muebles, todo habíase presentado común. Inexpugnable.                             
La tenue luz vespertina a través del cristal apenas y arremetía con el blanco alfeizar. Este, librado de ese polvo molesto que a cada tanto le retaba permanecía inmute. Las cortinas sepias, estáticas, casi monolíticas habían olvidado hace mucho el vaivén al compás del noto. Habían olvidado ese baile agraciado, a capricho del clima circundante, Ya no, hoy solo caían sin gracia, como estalactita centinela haciéndole guardia a la libertad veraniega. Y no mas.
Todo comenzó cuando alguien dejo abierta la ventana, cuando el tapiz grisáceo conformado por una parra ceniza sobrevolado por pichonas resignadas. Volando en formación afable, todas rumbo al techo desconocido.
Todo comenzó cuando el viento estival rozo las espalda de todas y cada una de aquellas criaturas. Todas lo sintieron, nadie vacilo, siguieron todas su viaje habitual.
Todo comenzó cuando el alfeizar impecable despidió aquella luz solar, influenciada por la brisa impertinente. Una de las pequeñas aves recibió el llamado, una criaturita olvido la parra, el techo. ¡Salió del encuadre! sin despedirse, bailo con las cortinas, respiro la libertad. Cruzo el umbral, se despidió del alfeizar y emprendió la huida, desde aquel tercer piso.

martes, 9 de octubre de 2012

La necedad del color ámbar (parte 2 final)



Hacia tantísimos años desde aquella primera vez, entre cojoneos y vergüenzas había emprendido esa búsqueda por la estabilidad. ¿Estabilidad? De alma, de piernas, de cuerpo de vida. Esa inmiscuyente palabra que promete mucho y ofrece nada. El sonar de las monedas sacaban aquellas chispas fulgurantes que mostraban ese camino demarcado entre los automóviles y el color amarillo despido de las rayas en el pavimento. Hacia tantísimos años donde las monedas habíase convertido ocasionalmente en esos billetitos discretos, bien dobladitos y guardados bajo una loza que estaba a su vez bajo el  par de ladrillos que conformaban una cama pirata, con pata de tabique en vez de pata de palo. Ahí, celosamente entre ese papelero valor moneda se formaba sutilmente la nueva rodilla de aquel cojo solitario. Entre aquellos polímeros se entrelazaban las nuevas células que conformarían ese andar más a prisa, mas campechano y audaz. Ya no lo verían entre los autos, no. Lo verían saltando sobre de ellos, tomando impulso para saludar  ya a aquellos compañeros de viento. Para que tener auto si tenemos las piernas, y para que queremos las piernas más que para alcanzar los sueños. Así se quedaba mientras entre sus manos como agua milagrosa de Massabielle corrían las monedas de la jornada. Olvidándose hasta de su rodilla mal posicionada, ya se veía. Un moderno Eucles corriendo entre aquel asfalto abrasivo, era su elemento, y hasta descalzo avisaría sobre su nueva vida, entre el estío y la humareda. Nada lo detendría. La noche lo abrazaba y el y su dinero caían rendidos para un nuevo día. A soñar que se sueña.
            Un cielo nublado, regalo del suelo. Un vientecillo amistoso y un aglomeramiento de autos. Los toldos se bifurcaban entre lontananza y el. Un andar tranquilo ante la escandalera. La mano extendida, una cara seria y un dolor en las piernas. La sinceridad de sus laceraciones y el clima de regocijo lo llenaban de futuro. Una moneda aparecía por acá, otra por allá, la bolsa se apiñaba, la jornada acabaría temprano. Ahora si, no le molestaba la lentitud <pasa mundo, al rato te alcanzo>.
            Era bueno para contar. Siempre lo había sido. Sabia en números los momentos felices en su existir, tenia en cuenta ordenadamente aquellos días sin preocupación. También las horas entre la dicha y el abandono. Contaba de todo, no contaba con nadie. Contaba solo. Contaba su vida. Contaba sus cosas, cantaba a las horas y oraba a las cuentas. Así que entre su dinero y el se contaban los tiempos. Y contaba con aquel día, de dejar de contar y empezar a correr. Y sin querer, no contó con llegar.
            Veía el número de las cuentas, y miraba también el precio de la operación. Desarrolló la operación para reafirmar su cuenta. El dinero no mentía, y los números tampoco. Había llegado el culmen. En añales desperdigados se mostraba una temerosa puerta ante el, y con la llave en forma de papel moneda en su mano se quedo ahí sentado. En su pequeña casa, de aquel pequeño mundo. El anhelo esta de miedo cuando se materializa. Somos felices cuando miramos lo imposible. Somos imposibles al vernos con la felicidad. Pero nada tan exacto como los números, adiós a la psicología barata. Si quería aquel sendero, los números y su exactitud se lo mostraban. La operación estaba al alcance de su mano, de su rodilla mejor.

            El doctor era de fiar, le fiaba a el su futuro. Que lo veía presente, ahí, en la cama de al lado. También con una mascarilla de oxigeno y anhelando el porvenir. Todo pasó en flashazos. El había volado, caído, volado de nuevo, recostado y luego...la gravedad. Gravedad exacta, de la que jala, no de la que mata. Tuvo sus visitas, claro. En la cama recostado y anestesiado recibió a su madre, a su padre. A su esposita. Todos tenían rodillas y estaban joviales. El sonreía, contándoles de las monedas, de la redondez de su vida. Ellos, oníricos lo escuchaban. Las lágrimas en aquel recuerdo saltaban y se adherían a la sabana blanca de la cama. Llego Sansón, aquel perrito que un día se fue cuando niño, subió en su lecho. Durmió la siesta, se despertó, le lamio y se fue, en una nube. Todos se fueron y el vio la luz. Toco tierra y se vio de nuevo junto al doctor. La realidad era que tenía rodilla de repuesto. Un éxito la operación, no podía pedir más. Una rodilla resplandecía y le habían visitado sus muertitos, los que si le cumplieron. A recuperarse.
            Aun caminaba sesgado, acostumbrado su paso al desnivel de su propio piso debía adaptarse. En cada paso esperaba el punzón de dolor de una rodilla sin engrasar. Ya no, era solo un taconeo en el concreto y un alivio ante el nulo ardor. Quiso correr. No pudo. No era su rodilla lo que le impedía, era todo el. No fue tan grave el desconsuelo. Uno se propone muchas cosas por que tal vez no las piensa tan en serio, así que con el caminado sin dolor le bastaba. Y feliz, recorría la ciudad. Daba los buenos días a personas que no contestaban, esperaba con esmero al semáforo peatonal y su singular pitido. Aquellos parques tan pausados ya se veían en esplendor, a la carrera. Pero con ahincó. Algunos días de recuperación completa. Y de nuevo a la jornada laboral.

*  *  *
            Nunca se hubiera imaginado tan así en aquella situación. Era una fría mañana, muy fresca para aquellos parajes. El sol, se asomaba apático entre una bruma tenue. El aire se respiraba en diesel y caucho veloz. Las líneas peatonales habían sido repintadas, aquel siervo de la nación inmutable había sido pulido. Las plantas en el camellón presentaban un verde vivo inusual. El estaba ahí, sus pasos lo habían traído casi sin darse cuenta, con aquella inercia. Ya no sentía tanta vida desde que aquel piquete en su rodilla a cada paso había desaparecido. Aquella mañana se levanto, sin escuchar tronidos ni un <¡ay!> saliendo de su boca. Simplemente fue el levante falaz. Una taza de café cargado, algún bolillo blando entre durezas y la puerta azotando tras de el. En un pestañeo y sin caer en cuenta estaba parado en su zona de trabajo. En aquel crucero que le había suministrado sus anhelos y recuerdos por llegar a algún lugar. Nostálgico recordaba que el lugar a donde llegar ya había pasado y parado ante la fila de autos que casi le invitaba a trajinar entre ellos, a rejonear como siempre le había gustado, pero no sabia que hacer. Ya no.
            Dio el primer paso, bajó la guarnición relumbrantemente amarilla y sintió un abismo hasta tocar el suelo. Camino vacilante, como cuando cojeaba, pero ahora solo cojeaba su alma, su porvenir. Se fue acercando a los autos. La necedad del color ámbar no se presentaba aun. Ese color ámbar que se toma por unsigay no como una precaución. Esa necedad de querer pasar y no esperar el rojo. Esa necedad de soñar, de no quedarse esperando otro rato mas en ese  mismo lugar. No, no estaba aun. Pero el, sentía que ese ámbar era el, había sido siempre la necedad andando (¡Cojeando!).
            Siguió su camino. El rojo  ahora detenía los sueños y el tiempo, el momento propicio para comenzar su jornada. De su voz estertosa salió aquel grito de guerra que entre los años lo acompaño, cómplice de sus carencias: Una ayuda para la rehabilitación de mi...Y ahí se detuvo. El tiempo se detuvo. El, ante aquella ventana, del primer auto del día no supo más que decir. Y realmente no tenía que decir ya. Su mano que adelantándose se había expandido para recibir las monedas preciadas cayo de súbito. Igual que sus fuerzas y su voluntad. Volvió sobre sus pasos, en busca de aquella festiva guarnición. El verde invadió el ambiente y todas las maquinas pasaron a tropel ante y tras el. Aquella figura del transitado crucero caminaba amainada entre el resoplar de claxon y rugidos industriales. Su semblante denotaba confusión, miedo, angustia. Su paso era impecable, nada le dolía, mas que su existir. Fue en busca de un refugio. Y un ancho camellón le dio el cobijo necesario. Ahí, se recostó ante el eco de una ciudad despierta, invoco un noble sueño y durmió hasta el anochecer.
            Un nublazón amarillo recubría como techo dinámico a la ciudad. Abrió los ojos y recobro la confusión. El crucero estaba tranquilo, como pocas veces lo había visto. A esas horas noctambulas el ya debía de haber estado dormido como siempre. Era hermoso, brillante. Las farolas iluminaban frescas aquel camino por demás conocido, transitado. La oscuridad del asfalto le sobrecogía, los tímidos focos de los pocos autos que se presentaban le teñían nostálgica la mirada. Su crucerito, como nunca lo había visto. Y que tal vez, gracias a su rodilla recompuesta jamás lo tendría que volver a ver. Ahí se quedo, inmóvil, respirando otro olor distinto, a flores, a ramas, a arboles. ¿Que hacer ya cuando se ha hecho lo anhelado?, ¿por que caminos lo llevaría su nueva rodilla? ¿Con que cruceros tendría que lidiar de nuevo? Que miedo, que horror, ya no quería. Era mentira la rodilla, era mentira aquel dolor, aquella era su vida, no su rotula o sus ligamentos. Temblaba y no de frio, sollozaba. ¡Que miedo del futuro, que anhelo del pasado y que absurdo su presente! Camino con rumbo, con rumbo a no saber. Era madrugada, la hora donde nada hay que saber, caminó y caminó. Se palpaba su rodilla, la golpeaba, la llamaba. Que haría sin ella y donde estaría ahora. Seguía en un camellón, donde descansaban los restos de un viejo acueducto ya olvidado por el tiempo. Todo volvería a ser igual, subió a las viejas ruinas con una agilidad que le sorprendió. Todo volvería a ser igual. Palpo su nueva rodilla, se toco la otra, la antigua. Todo volvería a ser igual. Abajo, una piedra grande sobresalía rodeada por algunos arbustos. Todo volvería a ser igual. Tomo impulso y saltó, de rodillas, anteponiendo más la rodilla vieja. Un tronido como de una rotula quebrándose contra una roca grande rodeada de arbustos se escucho entre la noche. El caía sucumbido por el dolor y la dicha. Su rodilla sollozaba destrozada mientras el se decía <Todo volverá a ser igual>.

Fin

viernes, 28 de septiembre de 2012

La necedad del color ámbar (Parte 1)



El caminado como siempre era gutural, entre el asfalto y el poco verdor de los camellones su alma traspiraba dolencia. Como rejoneador traspasaba los autos que apresurados apenas y notaban su presencia, una figura borrosa, un icono de crucero,  un espíritu gris que serpenteaba como nube pasiva los toldos y que se perdía en un abrir y cerrar de ojos semaforizados. Autos y gente al tanto de sus propias vidas, y en ocasiones, tratando de escapar de ellas.
La rodilla se le mecía como machina sin engrasar, como engranaje oxidado, como punzadas de aguja, como tuétano enjaulado, como varilla radioactiva. Como todo lo que pudiera ocurrirle a un cuerpo con el tiempo a cuestas. Y que tiempo, ese tiempo proletario que realmente nunca fue propiamente tiempo. Mas bien, divisiones de momentos, y a esos momentos instantes, y a esos instantes suspiros. Pero a pesar de aquel desglose de su existir, cada golpe no fue en vano. El cuerpo, esa prisión fantástica que nos encierra y obliga, y que como cualquier solido muro queda endeble ante el paso de los días, se mostraba atroz desde hacia algunos años, años que acompañado de su soledad y de ese pequeño tronido que le regalaba la rotula a cada paso dado había dedicado a querer el tiempo regresar. Por lo menos en la manera de dar los pasos, era un viejo, lo sabia. Pero no creía en la vejez. ¿Y para que? Su rodilla, en huelga desde  hacia quien sabe cuanto era su hostigamiento. Aquella caída, aquel martillazo, aquella pelea, aquel atropello, aquel abandono, aquel error. Algo de eso habrá de haber sido, y si no, ya que. Ella ahí estaba, y no lo dejaría. La calle también estaba, y no la dejaría, y la pensión. Ese oneroso papel (solo el papel) los números no eran vastos. Y no le permitían una buena rodilla, ni cuando menos una usada, no. Esos números eran aquellos santacloses descubiertos como hombres después de navidades. Eran el último tren llegando sin la persona deseada. Eran los que lo mantenían despierto, alerta, números solos, insuficientes, amigables, si. Pero solo para mantenerlo respirando. Sin rodilla y sin saltimbanquis.
        La calle se presentaba hirviente, aun ante aquellas nubes kamikazes que hostigaban lo estival. El humor en aquellos autos era proporcional al clima reinante. El y su rodilla de pie, entre tantos y tantos vehículos. Vehículos de penas, prisas, miedos y horarios. Conocía la vía, el semáforo y el tiempo. Observaba, olfateaba aquel olor tan familiar de aceite quemado, plástico hirviente y algodón vaporizando. Sabia cuantos pasos habrían de dar el y su rodilla. Ella primero, luego el, luego el y ella después. Aquello era suyo, aquel gran crucero en donde podía compartir unos días con algún acróbata terreno, o un tierno aventurero de otro mundo. Un loco si se quiere. Tres carros, cuatro cuando mucho entre cada semáforo. Había antes pensado en buscarse un crucero mas amplio, donde el tiempo entre alto y siga fuera más extenso. No pocos autos tenían su clima interno, eso son ventanillas cerradas. Campos de fuerza contra el inclemente sol y la ingente realidad. Pero el plan nunca vio la luz. Muy propia la frase. Luz verde. Su rodilla renuente, sus fuerzas reinantes, de antes, ya no eran presente. Mejor, aquí, en su crucerito de siempre, con los mismos vecinos de añales. Aquel viejo José María Morelos, gallardo y a descolor. Allá, una fuente, de esas de agua verde y de chorros tristes resignados a la gravedad. Su crucerito, los mismos pasos. La misma necedad (Necesidad)...continuará.

jueves, 30 de agosto de 2012

L'Inconnue de la Seine



El viento se sentía en sus sienes recorriendo cada rescoldo entre sus cabellos crespos, brillantes a la luz de la luna llena. Ya no era la brisa sutil que le había acariciado anteriormente, al estar parada en aquel risco artificial de concreto. Meciendo sus lagrimas saladas a través de su tez de mármol, sonrojada por la dilatación de los humores y emociones que le habían agobiado durante todo el día. ¡Todo un día! No. Ya no era esa brisa. La gravedad le había dado un regalo a su dolor. Ahora, flotaba en aquellas penumbras, bajo la bóveda celeste y girando suavemente. Una lagrima salía y se despedía. Otra lagrima se presentaba y también se iba. Entre cada lagrima, se secaba la sensación de hastío. De desesperanza. Su pecho se fue expandiendo, dejando de aprisionarla, un aire atiborrante llenaba sus pulmones de frescura, su nariz inhalaba el olor a álamos temblones y sauces. Mientras con ojos muy abiertos veía las estrellas frente a ella. Saludándola. Expandía sus brazos, como no queriendo dejar para nadie aquel espacio que ya había hecho suyo. Sus ropajes habían desaparecido ya, así que desnuda y acariciada se sentía por fin plena. Fuera de aquella tierra que como enraizándola había detenido sus pasos día tras día desde el comienzo de su existir. Reptando, escabulléndose entre aquellas imágenes adoquinadas llamadas ciudades. Hoy, ese día. Un cuerpecillo pueril, de alma y de sentir dejaba de resistir  todo el embate cotidiano. Ya no por cobardía, sino por embriaguez. Tanta vida y tan poco espacio no se podrían compaginar. Pero ahí, en aquellos instantes de ingravidez y amor sentía haber vivido en segundos lo que jamás pudiera haber hecho allá con los mortales. Con los morales. Algunas lagrimas aun salían de aquel cuerpecillo enjuto pero vivaz. Tan grande como el espacio y tan intimo como ella misma. El cabello crespo seguía un vaivén hipnótico y ella jamás volvió a mirar al suelo. Solo a las estrellas. Esbozo una calida sonrisa al infinito al saberse mas viva que los que seguirían en tierra. Con los ojos cerrados esperó tranquila el final. Así, de súbito un golpe fuerte chapoteaba las aguas del Sena, suceso que en el amparo de la noche nadie notaría. Solo  ella, desaparecía ahí. Alegre, satisfecha con la misma sonrisa eterna que jamás se borraría. Ahí, feliz, sus lagrimas se unían al gran rió rumbo a Ruan, Le Havre y finalmente a La Manche.

viernes, 17 de agosto de 2012


El proyecto de vida de un Tito Rosales

El movimiento es una parte fundamental dentro de mi vida. Todo el tiempo y cualquier día. Y no solo esos andares básicos de los que se componen el vivir. (y mas en un miembro de la clase media ) Como es el trabajar para comer. El enriquecimiento físico, emocional y psicológico es básico y forma parte de mi devenir rutinario. Las cosas se deben de hacer en forma concisa y con el pleno hecho de que se van a hacer. Pensándolas primero para planear y luego hacerlas sin pensar. A través de los años mis escuelas han sido primeramente la cotidiana, mis padres, familia. Luego la calle, el ocio –malo y bueno- los malos pasos, los buenos. El trabajo, para forjar un buen temple y presentarme retos y cumplirlos.  Y por ultimo el arte. Para expandir la burbuja, abrir la mente y sensibilizar al espíritu que llevamos o nos creamos dentro. Todas estas cuestiones unidas en un todo que se podría definir como la persona que hoy soy. Una persona sencilla, con sentimientos primarios, con fortalezas y miedos. Todo lo necesario para mantenerme como el ser humano que nació desnudo y llorando hace ya un tiempo. Tratando de no perder la esencia de lo que se gesto dentro de mi. Y día a día trabajando en ello. Solo con el poder que me da la perseverancia y la costumbre. “Sin pasado no hay futuro” dice la frase y yo intento no perder mi pasado para saber donde estoy ahora y a donde me dirijo.

Yo en un día normal
El futuro me parece de repente una palabra sobreestimada. Muchas veces por estar pensando en el futuro el presente se nos convierte en pasado. Aun así, el soñar y planear es una característica netamente humana, y por silogismo me presto a esa característica de vez en cuando. Sostengo el presente siempre. Y con la firmeza con que me encuentro hoy (casi pecando de soberbia) me veo del mismo modo en el futuro, claro, con el paso natural del tiempo y de su influencia en el estado de las cosas. No me gusta proponerme metas a seguir. Prefiero los cambios graduales pero constantes y ver de repente que lo que pudo ser una meta final no lo fue, sino que solo fue una vuelta de esquina para mas proyectos y cosas.

*Esto es parte de un trabajo que me dejaron en la escuela, pero quise compartír un poco también por aquí.

miércoles, 1 de agosto de 2012


A mi pluma.

Mi pluma cada vez tiembla mas fuerte.
Justo para construir mi propio sismógrafo casero y personal.
Trate de dibujar un ente alegre y no pude mas que hacer una
sombra difusa de alguna fotografía decimonónica.
No me quedo mal. Pero esa no era la idea. Aun así, quiero escribir.
Y lo corto se me hace largo. Las pocas palabras que me se
ya no bastan para preguntarme lo que ignoro. Ni siquiera para
describir como me veo a mi mismo. Algo mas complejo que
lo que veo de fuera. Mi pluma cada vez vacila mas fuerte.
Harta de mi o de lo que soy tal vez. No lo se.



¿Morir?

El miedo al vivir físico para siempre.
El miedo a no morir.
Por que el tiempo pone cada cual en su lugar.
Y puede que después yo sea la sombra y mi
sombra sea lo que antes fui.
El miedo a la muerte es, el miedo a no conocer
suficiente. A no haber sabido a que sabe el mundo.
Las cosas que se quieren hacer en vida
solo se recuerdan cuando esta se esta yendo.
Idiotas a los que le pasara esto. Malditos
los que se quedaran a medias. Pero a la vez
benditos por haberlas buscado.
El temor a la muerte se pierde entre los libros,
entre los héroes. Entre los datos.
La hermosura de rededor vista tal cual es
nos da un toque compinche junto a el.
Las letras leídas estarán en vela en el lecho
ultimo de nuestra existencia. Recorreremos
sus renglones, su olor inconfundible a
degradación biológica y fantasía esporádica.
Con sonrisa, bailaran frente a nosotros.
En flash el peso y hecho de las sensaciones
sentados con un libro en mano recorrerán
cada rescoldo del ser. Moriremos, si. Solos
jamás.


Ah, el humano.

Sentado, mirando hacia atrás. Desnudos y con miedo a la verdad.
Sublimes en las muestras de razón. Afables en los instintos de superación.
Modestos ante el verdadero vivir.  Soberbios cuando se trata de humildad.
Ecuánimes al deber de mentir. Vacíos cuando se quiere soñar.
Graciosos cuando se quieren imponer. Banales cuando quieren hacer reír.
Descuadrado el ser superior que se dice el mas especial. Nadie lo dice, mas que solo el. Y así, se quedara. En concilio y justicia no tendría nada
que hacer. Ya que el mundo es para el que sea uno con el. No con aquel que lo quiera gobernar.